Erase una vez un rey que salió a dar una vuelta por su jardín una mañana y observó que todo se estaba marchitando y muriendo. No podía entender porque, así que se acerco al roble que se alzaba cerca de la entrada, le preguntó qué pasaba, y descubrió que estaba hastiado de la vida y había decidido morir, porque no era tan perfumado y hermoso como el pino. El pino a su vez estaba descorazonado, porque no producía uvas como la vid.
La vid iba a echar su vida a perder porque no podía permanecer erguida y dar un fruto tan delicado como el durazno. El clavel estaba atormentado porque no era tan alto y fragante como la rosa. Y así por todo el jardín. Todos estaban marchitándose. Hasta que llegó a una humilde margarita, que como siempre la encontró muy derechita y radiante:
—Margarita, me alegra encontrar una florcilla valerosa en medio de tanto abatimiento —le dijo el monarca—. No pareces estar en los más mínimos descorazonada.
—No. dijo la margarita, estoy contenta, no valgo gran cosa, pero pensé que si hubieras querido tener aquí un roble, o un pino, o un duraznero o una lila, habrías plantado eso. Pero como querías una margarita, estoy resuelta a ser la mejor margarita que pueda ser.
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miércoles, 5 de agosto de 2009
EL Jardin desencantado
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