Michael Brooks (New Scientist)
Es la medianoche del 22 de septiembre del año 2012. Los cielos de Manhattan se iluminan a causa de una destellante cortina de luz multicolor. Pocos neoyorquinos han visto el espectáculo visual de la aurora en estas latitudes, pero su fascinación dura poco. Al cabo de unos instantes los focos eléctricos parpadean y pierden su intensidad, para luego aumentarla dramáticamente. De pronto, la ciudad entera se sume en completa oscuridad. En cuestión de minutos, la costa este de los EE.UU. pierde todo suministro eléctrico.
Un año después han muerto millones de estadounidenses y la infraestructura del país está en estado calamitoso. El Banco Mundial declara a EE.UU. un país subdesarrollado. Europa, Japón y China también bregan por recuperarse del mismo evento fatídico: una violenta tormenta en la superficie del sol, a 150 millones de kilómetros de distancia.
Suena inverosímil. Es imposible que el sol provoque semejante catástrofe en la Tierra. No obstante, un reporte extraordinario de la NASA publicado en enero de este año a través de la Academia Nacional de Ciencias (ANC) de los EE.UU. afirma justamente eso.
Durante las últimas décadas, la civilización occidental ha sembrado febrilmente las semillas de su propia destrucción. Nuestra moderna y tecnológica forma de vida nos expone a un peligro sin precedentes: bolas de plasma arrojadas desde la superficie del sol y con la capacidad de destruir nuestro suministro eléctrico con resultados catastróficos.
El pronóstico resulta espeluznante. «Nos acercamos cada vez más al abismo de un desastre», afirma Daniel Baker, experto en meteorología espacial de la Universidad de Colorado y presidente de la Academia Nacional de Ciencias, entidad responsable del informe.
La superficie solar es una turbia masa de plasma, partículas cargadas de gran energía, algunas de las cuales son emitidas por la estrella y viajan por el espacio. A este flujo de partículas se lo denomina viento solar. De vez en cuando ese viento arrastra una bola de plasma de mil millones de toneladas, una gigantesca bola de fuego conocida como eyección de masa coronaria. Si una de esas bolas llegara a colisionar con el escudo magnético de la Tierra, el resultado sería devastador.
La penetración del plasma a nuestra atmósfera alteraría dramáticamente la configuración del campo magnético de la Tierra, lo que a su vez induciría corrientes altísimas en el cableado eléctrico. Nuestro sistema eléctrico no es capaz de conducir semejante flujo de corriente. En consecuencia se crearían campos magnéticos que saturarían los transformadores de energía, calentando el cobre y derritiendo los cables. Eso fue lo que ocurrió en Quebec en marzo de 1989, cuando seis millones de personas se quedaron sin energía eléctrica durante 9 horas. Sólo que la situación puede ser muchísimo peor.
El fenómeno climático espacial más importante de nuestra historia se produjo en 1859. Se conoce como el fenómeno Carrington, designado así en referencia al astrónomo británico Richard Carrington, el primero en advertir su causa: «Dos focos de intensa luz blanca» que emanaban de un extenso grupo de manchas solares. Dicho fenómeno ocasionó ocho días de clima espacial severo.
Testigos aseguran haber visto auroras boreales impresionantes, inclusive a latitudes ecuatoriales. Las redes de telégrafos a nivel mundial experimentaron serios trastornos, y los magnetómetros victorianos excedieron su escala.
Si bien un estallido solar podría ser más devastador «no hemos encontrado ejemplos de nada peor que un fenómeno Carrington», opina James Green, presidente de la división planetaria de la NASA y experto en los fenómenos ocurridos en 1859. «Desde el punto de vista científico, esa catástrofe es una a la que desearíamos sobrevivir».
Sin embargo, el pronóstico del análisis de la NASA es que —a causa de nuestros avances tecnológicos— muchos no sobreviviremos.
Para empezar, nos enfrentamos a dos problemas. El primero es nuestro moderno sistema de suministro eléctrico —los transformadores que convierten la electricidad de alto voltaje al de uso doméstico— diseñado para suministrar voltajes cada vez mayores sobre áreas urbanas más extensas. Si bien eso provee un sistema más eficaz en el manejo de las centrales eléctricas, y minimiza las pérdidas que supone la superproducción, los hace más vulnerables al clima espacial. Los suministros eléctricos de alto voltaje se asemejan a grandes antenas, canalizando vastas corrientes de energía a los transformadores eléctricos.
El segundo problema es la dependencia de nuestra vida diaria del suministro eléctrico: el agua potable y el tratamiento de aguas residuales, la infraestructura de los supermercados, las fábricas, los mercados financieros, etc.; prácticamente todo depende de la electricidad. Al combinarse ambas cosas, salta a la vista que un fenómeno Carrington produciría una catástrofe sin precedentes.
De acuerdo al reporte de la Academia Nacional de Ciencias, una alteración del clima espacial en los EE.UU. provocaría tal corriente eléctrica que 300 transformadores clave quedarían derretidos en cuestión de minutos, dejando sin suministro eléctrico a más de 130 millones de personas. Después de eso, la destrucción del país no sería sino cuestión de tiempo.
Entre otras cosas, no habría más agua en las redes de suministro. Quienes vivan en edificios de apartamentos, donde precisan que el agua sea bombeada, se quedarían de inmediato sin suministro hídrico. El resto tendría el agua de las cañerías durante medio día. No habría más agua sin la electricidad que la bombea desde las reservas.
Sencillamente no habría más transporte público sin electricidad: no correrían trenes ni metros. Nuestra cultura de entrega inmediata, gracias a la Internet, representa la cúspide de la eficacia, pero también significa que los supermercados se vaciarán rápidamente, pues los camiones de reparto funcionan con gasolina. No habría electricidad que la bombee desde los tanques subterráneos de las gasolineras.
Algunos lugares pueden recurrir a generadores eléctricos de emergencia, eso es, hasta que se les agote el combustible. Para los hospitales eso significará unas 72 horas en las que ofrecerían únicamente servicios básicos y esenciales. Luego habría que despedirse de los modernos centros de salud.
Lo más abrumador de todo esto es que la situación no mejoraría durante meses, incluso años. Los transformadores derretidos no pueden repararse, ya que sólo admiten reemplazos. Tal vez se encuentren un par de transformadores de repuesto, pero instalar uno nuevo le tomaría a un equipo capacitado más de 7 días. Las centrales eléctricas más importantes cuentan con un equipo capacitado para ese trabajo, a lo sumo dos.
Al cabo de un mes, el puñado de transformadores de repuesto se habrá agotado. El resto habrá que construirlos, cosa que podría tomar hasta 12 meses.
Aun si algunos transformadores vuelven a funcionar, no hay garantía de que puedan entregar la energía. Casi todas las líneas de petróleo y gas natural requieren de electricidad para funcionar. Las fábricas que obtienen suministro eléctrico a punta de carbón suelen almacenar reservas hasta de 30 días, pero al no contar con transporte que les suministre más carbón, al segundo mes también se quedarán sin electricidad.
A las fábricas a base de energía nuclear no les irá mucho mejor. Se han programado para apagarse en caso de problemas eléctricos serios y no pueden volver a activarse a menos que el suministro eléctrico esté nuevamente en funcionamiento.
Sin electricidad que alimente los sistemas de calefacción y refrigeración, la gente empezaría a morir en cuestión de días. Quienes dependan de medicamentos se verán en peligro enseguida. Por ejemplo, si New Jersey se quedara sin electricidad, se perdería uno de los centros farmacéuticos más importantes de Norteamérica. Los medicamentos perecederos, como la insulina, se acabarían rápidamente. «En los Estados Unidos hay un millón de personas enfermas de diabetes», comenta John Kappenman, analista de la industria eléctrica de la Corporación Metatech de California y consejero del comité de la ANC que produjo el reporte. «De cancelarse la producción, distribución y almacenamiento de dichos medicamentos se pondría a todas esas vidas en riesgo».
Tampoco se podrá contar con ayuda inmediata. Si se corta la electricidad desde la costa este hasta Chicago, algunas zonas afectadas se encontrarían a cientos —tal vez miles— de kilómetros de personas que puedan prestar ayuda. Quienes se dispongan a hacerlo probablemente estarán mal preparados para lidiar con un desastre de esa magnitud. «Si se produjera un fenómeno Carrington ahora, la situación sería parecida a la del huracán Katrina, pero 10 veces peor», afirma Paul Kintner, físico de la Universidad Cornell de Nueva York.
A decir verdad, sería muchísimo peor. El impacto social y económico del huracán Katrina se ha calculado entre 80 y 125 mil millones de dólares. De acuerdo al informe de la ANC el impacto de lo que se denomina «una violenta tormenta geomagnética» ascendería a 2 billones de dólares, sólo durante el primer año. La ANC presume que el periodo de recuperación podría tardar hasta 10 años. Aun así, se desconoce si los EE.UU. volverían a ser como antes.
«No creo que el informe de la ANC sea alarmista», opina Mike Hapgood, presidente de la sección climática de la Agencia Europea Espacial. «Los científicos suelen ser muy conservadores. Ese grupo en especial es muy detallista —afirma—. Se trata de un informe ecuánime e imparcial».
Semejante pesadilla no se centra únicamente en Norteamérica. Las naciones que se encuentran en latitudes muy septentrionales, como Suecia o Noruega, saben que si bien el espectáculo visual de una aurora es magnífico, es también un recordatorio de la amenaza que se cierne sobre las centrales eléctricas. No obstante, dada la tendencia a instalar centrales eléctricas de voltajes extremadamente altos, incluso los países próximos a la línea del ecuador corren peligro. Por ejemplo, China planea instalar una central eléctrica de 1.000 kilovoltios, el doble del voltaje que emplea la central de los Estados Unidos. Eso propiciaría un desastre creado por fenómenos climáticos espaciales, puesto que la eficacia de la red de distribución para hacer de antena aumenta en forma proporcional al voltaje existente entre el cableado eléctrico y la tierra.
Europa tampoco está preparada. Las centrales eléctricas de Europa se encuentran muy interconectadas y tienen un alto índice de vulnerabilidad. En 2006 al apagarse una central eléctrica diminuta de Alemania, a fin de permitir que un barco viajase sin peligro bajo una serie de cables de alto voltaje, se ocasionó una serie de fallas eléctricas por toda Europa Occidental. Solamente en Francia cinco millones de personas se quedaron sin suministro eléctrico durante dos horas.
La buena noticia es que contando con suficiente tiempo de advertencia, las centrales eléctricas pueden tomar precauciones para evitar que súbitas alzas en la corriente provoquen daños entre las diversas líneas. Lo malo es que las observaciones del sol y las lecturas de magnetómetros durante el fenómeno Carrington demuestran que la eyección de masa coronaria viajaba a tal velocidad que no hubo sino minutos de advertencia.
Lo más probable es que el mundo ignore la posibilidad de una tormenta solar devastadora hasta que se produzca. Pero según Kappenman, la indiferencia podría costarnos 10 millones de vidas. «Puede ser el peor desastre natural imaginable».
El informe describe el peor escenario posible para los EE.UU. La «tormenta perfecta» sucedería una noche de primavera u otoño de un año de muchísima actividad solar; posiblemente el año 2012. Al llegar a los equinoccios, la orientación del campo magnético terrestre al sol nos hace extremadamente vulnerables a un ataque de plasma.
Lo que es más, en esa temporada del año, la demanda eléctrica es relativamente baja, ya que no hay necesidad de calefacción ni de aire acondicionado. Con solo un puñado de estaciones eléctricas de los EE.UU. en funcionamiento, el sistema depende mayormente de algoritmos computacionales que derivan grandes cantidades de energía desde las generadoras, lo que las vuelve extremadamente vulnerables a picos eléctricos repentinos.
Si una bola de plasma se dirigiera hacia nosotros demasiado rápido como para advertirla, las consecuencias serían abrumadoras. «Una tormenta muy grande podría significar una calamidad a nivel planetario», afirma Kappenman.
¿Poco probable? A lo mejor. No obstante, deberíamos aprender del huracán Katrina, y entender que poco probable no significa imposible.
La verdad es que podría ocurrir en los próximos 3 a 4 años, con efectos devastadores. «El fenómeno Carrington ocurrió durante un ciclo solar de poca actividad —opina Kintner—. Se produjo repentinamente, de forma que sería imposible predecir cuándo volvería a suceder».
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