martes, 30 de marzo de 2010

Pruebas de la resurrección de Jesús

Pruebas circunstanciales
Por haber sido crucificado en la víspera de la Pascua, no hubo tiempo de preparar el cadáver de Jesús conforme a la tradición judía antes de colocarlo en el sepulcro. Ese año la Pascua iba seguida del sábado, el día semanal de reposo, y la ley mosaica prohibía todo tipo de trabajo en cualquiera de esos dos días sagrados, por lo que no fue sino en la madrugada del tercer día cuando algunas de Sus seguidoras pudieron regresar al sepulcro a preparar Su cuerpo para el entierro. Cuando llegaron, el cuerpo había desaparecido.
Hicieron falta varios encuentros entre Jesús resucitado y Sus discípulos para que éstos entendieran lo sucedido. ¡Había vuelto a la vida! La noticia se divulgó rápidamente.
Los enemigos de Jesús contraatacaron con un argumento quizá más lógico para muchos: que los discípulos habían hurtado el cuerpo para revalidar el alegato de que había vencido a la muerte. Tales adversarios sobornaron a los guardias para que atestiguaran que se habían quedado dormidos, dando así ocasión a los seguidores de Jesús de llevarse Su cuerpo.
Recordemos que quienes difundieron la versión de que el cuerpo fue sustraído del sepulcro fueron los mismos que presentaron falsas acusaciones contra Jesús y presionaron al gobernador romano Poncio Pilato para que lo condenara a muerte. Pesa también, por otra parte, el hecho de que quienes anunciaron la resurrección del Salvador se jugaron la vida en defensa de lo que afirmaban. ¿A quiénes hemos de dar crédito entonces?

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Desde hace muchos años acostumbro estudiar las crónicas de otras épocas y a examinar y sopesar los testimonios y pruebas que aportaron quienes escribieron acerca de ellas. Sin embargo, no sé de ningún hecho de la historia de la humanidad que haya sido demostrado por pruebas más irrebatibles y concluyentes de todo tipo que la gran señal que Dios nos dio de que Cristo murió y resucitó de entre los muertos. Thomas Arnold, historiador inglés (1795-1842)
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Testigos oculares
Los Evangelios nombran al menos a 16 personas que fueron testigos oculares de que Jesús resucitó. Durante un período de 40 días «después de haber padecido, [Jesús] se presentó vivo con muchas pruebas indubitables» (Hechos 1:3; 13:31). En una ocasión lo vieron más de 500 personas (1 Corintios 15:3-8).
El apóstol Pedro atestiguó: «No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos Su majestad» (2 Pedro 1:16).
Asimismo, el apóstol Juan afirmó: «Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos […] eso os anunciamos» (1 Juan 1:1,3).
Es difícil refutar las afirmaciones de un testigo ocular, sobre todo cuando ese testigo está dispuesto a sufrir persecución y hasta martirio por lo que dice haber presenciado, como fue el caso de los primeros seguidores de Jesús. Nadie da la vida por lo que sabe que es un invento, una mentira.

La prueba empírica

Aunque las afirmaciones de los testigos oculares son contundentes, exigen una medida de fe de nuestra parte: es preciso que creamos en su palabra. Las pruebas circunstanciales también implican cierto elemento de fe: debemos creer que la conclusión a la que apuntan es más plausible que cualquier otra. Sin embargo, las pruebas empíricas —es decir, las que pueden verificarse mediante la experiencia o la experimentación— resultan concluyentes cuando se someten a examen y lo pasan. A continuación, la prueba empírica de la resurrección:
Horas antes que Jesús fuera crucificado, Pedro lo negó tres veces. Después de la muerte de Cristo, él y los otros discípulos se escondieron por miedo a que los reconocieran. Pese a que en un lapso de 40 días vieron varias veces a Jesús resucitado, su impotencia y desconcierto eran manifiestos. En determinado momento, Pedro y algunos de los otros retornaron a su antigua vida de pescadores (Juan 21:1-3).
No obstante, 10 días después que Jesús ascendió al Cielo, los discípulos experimentaron una transformación espectacular. Pedro, apoyado por sus compañeros, predicó ante una multitud en Jerusalén. Muchos de los presentes seguramente habían estado entre la turba que semanas antes clamó por la crucifixión de Jesús. Ese sermón dejó un saldo de 3.000 conversos (Hechos, capítulo 2). Unos días después Pedro volvió a predicar y convirtió a 5.000 más (Hechos, capítulo 3 y 4:1-4). ¿Cómo se explica la transformación que se produjo en los discípulos?
Jesús nos da la clave: La noche antes de ser crucificado dijo a Sus discípulos: «Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque Yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros» (Juan 14:19,20). Antes de morir, Jesús no podía hacer otra cosa que acompañar a Sus seguidores, estar a su lado físicamente. Sin embargo, después que Dios lo levantó de los muertos, Su Espíritu mora en todos los que reconocen en Él al Salvador. De ahí Sus palabras: «Yo en vosotros». El que pasara a morar en Sus discípulos provocó en ellos una transformación mucho mayor que el mero hecho de aparecerse a ellos después de resucitar.
A diferencia de las declaraciones de los testigos oculares y de las pruebas circunstanciales, el «Yo en vosotros» de Jesús es fácilmente comprobable. De ser cierto, nosotros deberíamos obtener los mismos resultados que los primeros discípulos.
«He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo —dijo Jesús al apóstol Juan después de resucitar—; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él» (Apocalipsis 3:20). La primera vez que escuché esas palabras me llamaron la atención. Era yo un joven agnóstico de veinte años y decidí poner a prueba a Jesús. Cuando le abrí la puerta de mi corazón y le pedí que entrara en mi vida, Él lo hizo. No se me apareció corporalmente, como hizo con Sus discípulos poco después de la resurrección. Tampoco vi una luz cegadora ni me habló con voz audible, como le pasó al apóstol Pablo la primera vez que se encontró con Cristo resucitado. De todos modos, esa oración sencilla y medio torpe que hice —«Si de verdad existes, manifiéstate»— fue el inicio de una relación que se ha tornado más profunda con el tiempo, hasta el punto de que no concibo mi vida sin Su amorosa presencia.

Esa para mí es la prueba más contundente de «que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día» (1 Corintios 15:3,4). Eso es más convincente para mí que si lo hubiera visto salir del sepulcro o hubiera palpado Sus manos marcadas por los clavos. Yo creo que Jesús resucitó porque me lo dice mi experiencia.

1 comentario:

Chehade dijo...

Disculpa pero... ¿Que entiendes por "pruebas"?

Ahí no hay ninguna.
Soy Agustino de tomo y lomo y por lo mismo me ofende que se juegue con la lógica para convencer de cosas que no son.

Pruebas son pruebas, lo que tu planteas son hipótesis de fe, nisiquiera de lógica religiosa.

Ojo con esas palabras, porque ese juego mal hecho de coonceptos es lo que aleja a mucha gente inteligente de la Iglesia.