Un día invernal en el que hacía mucho frío, una muchacha estaba de pie en una esquina bulliciosa. Pedía comida, dinero o lo que le pudieran dar. Estaba allí, pasando frío y tiritando, pues los intensos vientos penetraban su ropa delgada y andrajosa. A su lado caminaban cientos de personas, pero solo unos pocos se atrevían a mirar hacia ella. Un caballero bien vestido, próspero, miró a la muchacha y negó con la cabeza antes de entrar a su costoso automóvil. Cuando llegó a su cálida, lujosa y enorme mansión, se sentó a la mesa con su familia, y empezaron a disfrutar de una comida digna de un rey.
Después del postre, el caballero recordó a la muchacha hambrienta que había visto ese día. Al pensar en aquel cuerpo delgado, sucio, que temblaba, empezó a preguntarse por qué Dios permitía que existieran esas situaciones. Preguntó: «Dios, ¿por qué dejas que ocurran estas cosas? ¿Por qué no haces algo para ayudar a esa muchacha?» Escuchó a Dios, que respondía así a su pregunta: «Lo hice. Te creé a ti».
Dios nos bendice de modo que podamos bendecir a otros.
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