lunes, 28 de septiembre de 2009

Una Bala del cielo le cayó en la cabeza

Curtis Peter Van Gorder
Me hospedaba en un hotel de una localidad turística. Mi esposa y yo salimos a caminar por la playa para disfrutar de la fresca brisa del atardecer. El sereno oleaje y las luces de una playa distante nos relajaban después de un día de mucho trajín.
Un estruendo de sirenas, voces desesperadas y gente que corría por el muelle interrumpió la idílica serenidad del momento. Recogieron a un joven en una camilla y lo introdujeron en una ambulancia, que se alejó a toda velocidad.
Más tarde nos enteramos de que el joven era un turista que estaba en el muelle disfrutando del paisaje y la brisa marinos cuando recibió el impacto de una bala que cayó del cielo. Era una bala que habían disparado en una boda que se celebraba en otro hotel de la playa. La bala le llegó al cerebro, pero no tocó las partes más delicadas. De haber penetrado unos milímetros más a uno u otro lado, con certeza no habría sobrevivido.
Los accidentes causados por balas perdidas, en muchos casos disparadas por diversión durante las bodas, son un grave problema en este país. Se publican bandos, se aprueban leyes y se imponen multas, pero disparar armas de fuego en las bodas es una tradición que se resiste a morir.
Las palabras que decimos sin pensar son como balas perdidas. Aunque se hagan en son de broma, si son desconsideradas pueden tener mucho alcance y consecuencias perdurables. Un pequeño chisme puede arruinar una vida. En lugar de decir lo primero que se nos venga a la cabeza, conviene tener cuidado y pedir al Señor que nos ilumine antes de disparar un comentario.


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