sábado, 30 de enero de 2010

El hombre o mujer de tus sueños,

Cómo encontrar amor verdadero
David Brandt Berg
Para que el amor romántico mantenga su pureza y pase la prueba del tiempo debe apoyarse sobre una base más perdurable que la sola atracción física o satisfacción carnal.
Debe haber un deseo espontáneo y generoso de proteger, ayudar y hacer feliz a la otra persona. Además, debe existir cierta admiración por sus cualidades más destacadas. Un hombre o una mujer pueden muy bien estar enamorados de las ideas de su pareja, de su espíritu, sus sentimientos o su forma de conducirse, todo lo cual tiene poco o nada que ver con la belleza física. El amor verdadero es espiritual, no exclusivamente físico. Se manifiesta más que nada en la camaradería espiritual y mental, en la compatibilidad de gustos y en los hábitos que se tienen en común.
Cuando yo era joven y buscaba esposa, mi madre me dijo cierta vez que no privilegiara el factor físico. Me recomendó que valorara en una mujer algo más que eso. «Por encima de todo —me dijo—, busca ese algo llamado personalidad. Fíjate en la vivacidad de su espíritu, en la fascinación de su intelecto, en el irresistible atractivo de su corazón, en la magnanimidad de su alma». Las cosas de este mundo pueden dar satisfacción al cuerpo, pero Dios nos ha hecho de tal modo que nuestro espíritu solo halla contentamiento con lo que pertenece a la esfera espiritual.

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«Busca ese algo llamado personalidad. Fíjate en la vivacidad de su espíritu, en la fascinación de su intelecto, en el irresistible atractivo de su corazón, en la magnanimidad de su alma.»
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La Palabra de Dios dice: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo, [...] los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida. El mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2:15-17). «Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la Tierra» (Colosenses 3:2). «Pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4:18).
Dios no reprueba el deseo o la necesidad que tengamos de las cosas de esta vida; pero sí nos advierte que no debemos ansiarlas desmedidamente, tanto que acabemos anteponiéndolas a las necesidades más importantes y sublimes del espíritu.
Cuando damos preeminencia a esos deseos naturales descubrimos que nada logra saciarnos, ni siquiera la más total entrega a los placeres. El hombre o la mujer que solo procuran complacerse físicamente, nunca hallan satisfacción y felicidad totales. Es que las cosas de este mundo sólo pueden satisfacer el cuerpo, pero únicamente Dios y Su amor verdadero pueden llenar ese doloroso vacío espiritual presente en cada ser humano y que Él creó exclusivamente para Sí.
La verdadera felicidad no consiste en la búsqueda egoísta de placeres y satisfacciones, sino en hallar a Dios, en comunicar Su amor y Su vida a los demás y en procurar la felicidad de otras personas. Es entonces cuando la felicidad nos persigue, nos da alcance y se adueña de nosotros sin haberla buscado.
En cierta ocasión conocí a una mujer que siempre andaba buscando al hombre de sus sueños, pero nunca lograba entablar una relación satisfactoria o duradera con ninguno, pues buscaba amor para sí; pretendía recibir amor, ser amada. Cuando le comenté que tal vez tenía que aprender a dar amor, a amar de forma desinteresada, procurando el bien y la dicha de la otra persona, la idea le pareció totalmente novedosa. Nunca se le había ocurrido. Cuando cambió de actitud y buscó una persona a la que hacer feliz demostrándole su amor, no tardó en encontrar lo que siempre había deseado.
Esa es la clave: Busca una persona a la que hacer feliz, y entonces la felicidad vendrá a ti. «El que siembra generosamente, generosamente también segará» (2 Corintios 9:6). Se trata de una ley espiritual tan segura como las leyes de la física, por ejemplo la de la gravedad. Las leyes espirituales divinas son infalibles. Se cumplen siempre, ya a favor, ya en contra de nosotros, dependiendo de nuestros actos y motivaciones. La primera de ellas es precisamente la ley del amor, amor desinteresado a Dios y a nuestros semejantes. Si obedecemos ese precepto y manifestamos a Dios y a los demás el amor que les debemos, también recibiremos amor, porque con la misma medida con que medimos, nos medirán a nosotros (Lucas 6:38).
La vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad ajena son cosas que sólo Dios puede hacer realidad, y las únicas que satisfacen nuestro espíritu. Si quieres, pues, ser feliz y hacer verdaderamente feliz a otra persona, busca la satisfacción espiritual que sólo se encuentra en Dios y Su amor.

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