martes, 6 de julio de 2010

La fuente del verdadero amor

Dios nos creó con la necesidad de amar y ser amados. Él y solo Él puede satisfacer el más profundo anhelo del alma humana: llegar a sentirse totalmente amada y comprendida. Las cosas terrenales podrán satisfacer el cuerpo, pero solo Dios y Su amor eterno son capaces de llenar el vacío espiritual que tenemos en el alma y que Él creó exclusivamente para Sí. El espíritu humano nunca podrá sentirse satisfecho del todo con otra cosa que no sea la unión plena con el gran Espíritu de amor que lo creó.
«Dios es amor» (1 Juan 4:8). Es el Espíritu mismo del amor, del amor verdadero, un amor inmortal prodigado por un Amante incapaz de abandonarnos, el más sublime de todos los amantes. Se lo ve reflejado en Su Hijo Jesús, que vino, vivió y murió por amor, a fin de que pudiéramos vivir y amar eternamente. «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
(D.B.B.)

Cuando llegamos a conocer a Jesús y aceptamos que es nuestro Salvador, hacemos contacto directo y personal con el Creador, con el origen del amor: el propio Dios. Se abren ante nosotros nuevas dimensiones del amor. Nuestra percepción del amor en sus múltiples facetas se torna más profunda y cabal. Sin embargo, entraña mucho más que eso: hace posible que experimentemos el amor sobrenatural de Dios, el cual sobrepasa con creces todo amor terrenal.
Para aceptar el amor de Dios manifestado por medio de Jesús, no tienes más que abrir el corazón y pedirle que entre a formar parte de ti. Jesús prometió: «He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). Él aguarda mansa y humildemente a la puerta de tu corazón. No se impone ni trata de abrirla a empujones: simplemente espera a que lo invites a pasar. Si aún no lo has hecho, pruébalo ahora mismo pronunciando una sencilla oración como la que sigue:

Jesús, creo sinceramente que eres el Hijo de Dios y que moriste por mí. Necesito que Tu amor me purifique de mis malas acciones. Te abro el corazón y te pido que entres en mí. Lléname de Tu amor hasta rebosar. Amén.

Una vez que hayas rezado esa plegaria, tu vida se transformará. Nacerás a un mundo de amor enteramente nuevo que quizá solo habías concebido en sueños. Jesús es capaz de darte toda una vida de amor. Te brindará todo el amor que necesites para vivir la vida a plenitud y salir airoso de toda situación difícil. Sin embargo, no puede dártelo todo de una vez. Él y Su amor están siempre a tu alcance, pero es preciso que de cuando en cuando vuelvas a acudir a Él para obtener porciones mayores. Debes dejar que te llene a diario, a veces incluso hora tras hora o momento a momento.
En la medida en que dedicas tiempo a orar, leer Su Palabra y escuchar Su voz en tu interior, Él te imparte Su amor. Con el tiempo ese amor llegará a ser parte de ti. Poco a poco te irás pareciendo más a Él. Serás una persona más amorosa; Su amor brotará de ti para verterse sobre los demás. Conforme progreses y madures en Su amor, Su Espíritu dentro de ti te capacitará para hacer lo humanamente imposible: amar a Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:37-39).
Shannon Shayler (S.S.)

El amor que Él abriga por ti es incondicional. Por muy débil o descorazonado que te sientas o muy defraudado que estés contigo mismo o con los demás, Dios te ama igual. Su gran amor —que es total, sublime y perfecto— no disminuye en razón de las circunstancias, sean cuales sean. Él no deja de derramarlo. Lo entrega sin medida, sin límite. Su amor es de una belleza sin igual.
Su amor se vierte siempre a raudales, inconteniblemente, en toda su plenitud. Lo mejor de todo es que está a nuestro alcance experimentarlo. Podemos dejar que se manifieste en nuestra vida en la medida en que lo deseemos y conforme a nuestra obediencia y sumisión al Señor. Él siempre busca nuevos medios de manifestar Su amor. Espera que se lo permitamos, que le abramos una vía para ello. Cuando mantenemos una relación estrecha con Él y hacemos lo que Él quiere, le damos la posibilidad de verter Su amor sobre nosotros.
María Fontaine (M.F.)

Si la gente entendiera la magnitud del amor del Señor —lo verdaderamente incondicional, profundo, amplio e infinito que es—, superaría muchos de sus problemas. Se liberaría de muchos temores, preocupaciones y remordimientos. Si lograra entender eso, sabría que a la larga todo se va a solucionar, que Él hará que todo redunde en bien, pues Él dispone hasta el detalle más mínimo, y la mano con que dirige y modela nuestra vida obra con perfecto amor.
D.B.B.

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