¿Por qué tengo que perdonar a quienes me han herido? Eso sería absolverlos de toda culpa, ¿o no? ¿Por qué dejar que se salgan con la suya?
Por muy difícil que te resulte perdonar, tu situación no mejorará hasta que des ese paso trascendental.
Para empezar hay que entender que el perdón no es algo que se practique entera o siquiera primordialmente para beneficio del otro. Por tu propio bienestar emocional y espiritual debes perdonar a la persona que te agravió; es condición imprescindible del proceso de sanación. Hay tres razones para ello:
En primer lugar, te ayuda a neutralizar el efecto tóxico que tiene una actitud rencorosa en la persona que la adopta. La negativa a perdonar a quienes te han ofendido abona tu mente y tu espíritu para que proliferen toda suerte de sentimientos malos y destructivos, tales como el odio, el resentimiento, la ira y la sed de venganza. Con ese estado de ánimo nunca llegarás a ser feliz. El antídoto es el perdón, un agente de cambio que con el tiempo contrarresta el daño sufrido.
En segundo lugar, aunque esos sentimientos te parezcan justificados a la luz de las circunstancias, si actúas motivado por la hostilidad o incluso si te empeñas en revivir la injuria mentalmente, te vuelves tan culpable como la persona que te hirió. Dos malas no hacen una buena.
Por último, en el Padrenuestro Jesús nos enseña a pedir perdón y ser clementes. «Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. [...] Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6:12,14,15).
El perdón no altera el pasado, pero sí propicia un futuro mucho más dichoso.
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