Me crié en la Unión Soviética. Por eso no celebré la Navidad hasta 1991, cuando tenía 16 años. Hasta entonces nunca había visto un pesebre, nunca había oído un villancico ni me habían contado el nacimiento de Jesús en Belén. Ese año, no obstante, la verdad y el espíritu de la Navidad invadieron mi corazón y mi mente y me embriagaron de felicidad desde el 25 de diciembre -cuando se celebra la Navidad en Occidente- hasta el 7 de enero -cuando se celebra según el calendario juliano y la Iglesia Ortodoxa Rusa-. Pasé esas dos semanas con integrantes de La Familia Internacional que poco antes me habían dado a conocer a Cristo. Deseábamos una feliz Navidad a todas las personas con que nos cruzábamos, y repartimos miles de afiches a color con el relato del nacimiento de Jesús. Para muchas personas, esa era la primera vez que tenían conocimiento de él.
Cumplí los 16 años poco antes de descubrir a Jesús, y para celebrar mi aniversario mi familia y mis amigos me organizaron la fiesta más grandiosa que había tenido hasta entonces. Ahora casi ni me acuerdo del convite ni de los regalos, pero sí tengo grabado cada detalle de cómo conocí a Jesús. Llenó de amor y dicha mi vida vacía. Fue, con creces, el mejor regalo que jamás me hayan hecho. Ni en mis sueños me había imaginado que pudiera llegar a sentirme tan satisfecha.
Recuerdo que en la Nochebuena ortodoxa, a eso de las 12, mis amigos y yo dirigimos la vista hacia el cielo tachonado de estrellas y nos pusimos a gritar a todo pulmón: «¡Feliz cumpleaños, Jesús!» Todavía se me pone la piel de gallina al revivir lo feliz que me sentía en ese momento. Hasta el día de hoy canto «Feliz cumpleaños, Jesús» en Navidad.
Esa primera Navidad después que conocí a Jesús quise hacerle un regalo que sabía que le agradaría: decidí darlo a conocer a otras personas para que Él pudiera llenarles el corazón de alegría como lo había hecho conmigo. Ese deseo no ha disminuido desde entonces. Tal vez no distribuya pósteres por la calle esta Navidad, pero encontraré otras formas de compartir a Jesús con cuantas personas me sea posible.
El amor infinito de Dios, que todo lo abarca y que es la esencia y el alma de la Navidad, tiene un efecto transformador. Hagamos cada uno lo que podemos para que Jesús goce de un muy feliz cumpleaños esta Navidad, dándolo a conocer a los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario